Esta semana va de básicos. Ya sabéis que el domingo por la tarde estuvimos un buen rato caramelizando cebolla. Lo que no os dijimos el lunes es que a la vez estuvimos haciendo un estofado de ternera, de los de toda la vida. Barato y sencillo a la par que sabroso. Un poco brutote pero con un buen fondo que lo hace irresistible. Y fácil de guardar y tuppear para la semana. Con una única cosa a tener en cuenta: si queréis congelarlo es mejor que lo hagáis sin la patata, que no descongela muy bien, y se la añadáis en el momento de comer. Una actividad, en suma, de lo más productiva para un domingo por la tarde.
Los estofados tienen algo especial que no sabría explicar qué es, pero me resultan especialmente reconstituyentes, con su toque carnívoro y su salsa oscura y caliente que, tomada a cucharadas, es capaz de resucitar a un muerto y levantar el ánimo al más alicaído. Como diría Lance Armstrong, más efectivo que una autotransfusión, y no aparece en los controles de dopaje. Si queréis multiplicar sus efectos antidepresivos, aprovechad para finiquitar la botellita de tinto que habréis empezado para prepararlo. Porque siempre será mejor utilizar un vino de buena cuna. No digo que os gastéis el sueldo de la semana en un vino para cocinar, pero quien pueda que no tire de brick, no me seáis cutrongos. Por lo demás, hemos utilizado cebollitas y patatas mini, pero este toque de delicadeza es optativo e incluso totalmente innecesario. Y de todas formas, como se ve en la foto, se hincharon bastante y perdieron su poder pintinterista, así que ya véis, un estofado es un estofado y hará todo lo que pueda por recordároslo. Lo mejor es dejarle hacer.