Estos días parece que no eres nadie en la blogosfera cocinillas si no publicas una receta de torrijas. Dulce típico de estas fechas cuaresmales, se supone que es, en origen, una manera energética y barata de compensar la falta de alimentos contundentes impuesta por el ayuno. Total, que ahora que no ayuna ni el tato, y como mucho los más practicantes cambian la carne por pescado, lo que hacemos con las torrijas es atocinarnos un poco más, o algunos mucho más, casi en las proporciones de la época navideña, y más este año, que acabamos de salir de los buñuelos y en unos días estaremos, como siempre, con una mona de Pascua entre manos.
Pero bueno, no quiero yo añadir un plus de culpabilidad a estos días que supuestamente son de contricción y comedimiento. En El tio Pep ni somos muy comedidos ni tendemos al arrepentimiento y a la penitencia, así que comprenderéis que no somos los fans número uno de la Semana Santa. Pero si una tradición incluye un manjar supercalórico que meternos entre pecho y espalda, allá que nos vamos. Hemos aprovechado que en casa no tenemos, vete tú a saber por qué, una receta familiar de torrijas, para inventar las nuestras en tamaño mini, utilizando, de manera bastante heterodoxa, panecillos secos, los de los canapés de toda la vida, unidos de dos en dos con un poco de miel en el centro y bañados en vino dulce. El resultado es bastante digno, a pesar de su extrema facilidad. Basta con tener cuidado a la hora de empaparlos y freírlos, porque es más fácil pasarse por culpa de su sequedad y su pequeño tamaño. Por lo demás, se hacen en lo que tarda en calentarse el aceite.